La foto parece vieja. El tono entre descolorido y amarillento, el fondo difuso, los puntos blancos y la mancha a la derecha. También el carrito y el paisaje medio siniestro. Pero tiene un un poquito más de un mes. Es el color del invierno ruso, que hace que las fotos a veces hasta salgan naturalmente en blanco y negro, porque a la vista no hay ningún otro color.
Aparentemente no tengo el aspecto de una persona que pueda sobrevivir al invierno ruso, porque la frase que más suena en las reuniones familiares es "Hola, sobreviviste!". Algunos amigos también pensaban que no iba a sobrevivir, y mis amigas más optimistas pensaban que iba a quedarme allá por voluntad propia enamorada de un ruso. Pero aquí estoy, siendo nuevamente explotada por el capitalismo, y cursando una materia con apuntes de $400 que incluyen un texto de Lenin. Bueno, cuando lo leamos puedo decir que visité su tumba. De afuera, porque no entendí el cronograma de horarios para entrar al mausoleo. Sí, dos meses en Moscú y no entré al mausoleo de Lenin. Tampoco fui al "verdadero" Bolshoi. Soy re hereje. Pero tengo una historia buenísima de cómo perdí y encontré las entradas para el mini-Bolshoi-paralelo, que incluye una tarjeta de crédito rota, un señor expulsado del teatro y el odio eterno de un colombiano. Otra historia que me encanta para escandalizar a los que dudaban de mi supervivencia, es la de El universo paralelo de VDNJ.
Cuando me faltaban dos semanas para volverme me quedé sin casa, el motivo y el cómo conseguí re-ubicarme son aburridísimos y todo el mundo está harto de que se los cuente. Mi nuevo hogar quedaba en la estación VDNJ, que se pronuncia bedenjá, y queda enfrente del Centro Panruso de Exposiciones, al que nadie le dice así, sino que lo llaman como a la estación. Como dejan ver su nombre y las construcciones entre imponentes, delirantes y deprimentes (de lo abandonadas que están), en el esplendor de la Unión Soviética el lugar debe haber sido increíble. Fue un centro en el que se exponían algo así como logros de la economía, la tecnología y la ciencia (una especie de tecnópolis?). Ahora es un parque de diversiones un poco tétrico, con una vuelta al mundo de vidrios amarillos y una montaña rusa, que allá se llama montaña americana. Es que arriba de esas cosas se la pasa tan mal que uno quiere ponerles siempre el nombre de su enemigo de la guerra fria, por supuesto. También tiene manzanas acarameladas con pochoclos y una fuente gigante que está llena de nieve a la que a nadie le pagan por limpiar. Y adentro de los pabellones en los que alguna vez hubo inventos y satélites espaciales, ahora se venden peluches de Angry Birds y Matrioshkas con la cara de Obama. Pero el lugar no deja de tener su encanto; o a mi me encantan las cosas desencantadas, no sé.
El parque de VDNJ parece un poco un laberinto. Y el barrio que lo rodea, es un laberinto aún más. Edificios enormes, cuadrados, organizados en pasillos. Rejas bajitas celestes y amarillas. Patiecitos con juegos para niños en cada pasillo. Nieve, muchísima, por todas partes, por su puesto. Y árboles negros, muertos, hibernando. Las calles horizontales se nombran con números y las verticales tienen nombre, pero todas empiezan con "Prospect" y terminan con "Aya". Y yo me aprendía sólo el principio y el final de las palabras rusas largas. La primera vez que fui a esa casa fue mi primera noche en Rusia, no me aprendí el camino porque iba a una fiesta y no me imaginaba ni remotamente que podía terminar viviendo ahí. La segunda acababa de ser homeless por unas horas, había planeado vivir en la estación de Arbatskaya, había creído que había perdido la cartera mientras me mudaba y estaba enojada, alterada y cansada. Como era ovbio que no iba a acordarme el camino, me aprendí todos los detalles que rodeaban el edificio cuando salí la mañana siguiente. El número de pasillo era 14, la calle se llamaba Prospect Tsdsgfdgsdsfaya, al final de ella había un supermercado naranja y enfrente uno rojo. Hasta tenía anotado el password de la puerta del edificio (un portón de chapa gigante, de miles de kilos y con un aparatito igual al desactivador de una bomba de las películas en el que había que poner una contraseña, y hacía ruidito de ganar en un videojuego viejo cuando era correcto y podías entrar). Nada podía fallar.
Volví a la casa después de todo un día afuera muy tranquila. Por supuesto que salí del Metro y no encontraba nada; no me oriento volviendo en remís a mi casa desde Ramos, no iba a encontrar de una la puerta correcta en un barrio soviético. Pero recordaba toda la información necesaria y todavía no había empezado a congelarme. Empecé a caminar prestando atención a las calles, alguna tenía que ser la mía. Y fue la primera. Claro, me tocaba tener un día de suerte después de pasar un día sin tener hogar. Caminé hasta el pasillo 14. Algo raro había, dudé. No podia ser tan fácil, y yo siempre dudo. Y además necesitaba bananas. Así que me fui a fijar si al final de la calle estaban los supermercados. Estaban. Los dos. Entré.
El supermercado estaba alrevés que el día anterior. Todo en la dirección contraria. Y no había casi verduras. Estaba segura de que no era. Pero era un supermercado de la marca correcta y con otro mas grande enfrente, tenía que estar bien. Quizás el día anterior había ido al naranja en vez de al rojo. Volví con mis bananas y con la sensación de que todo estaba un poco raro, un poco desconocido, y un poco demasiado cerca del metro. Pero dí un par de vueltas y me convencí de que la puerta estaba bien. Puse la contraseña en el portón. Me fijé en qué dirección podía salir corriendo si la clave no era la correcta. Pero era. Pasé. Segundo piso, puerta 8, no había margen de error en eso. La puerta me pareció de otro color. Pero "Otro color" en ese barrio significaba la diferencia entre un gris azulado y un gris verdoso. Metí la llave. No giraba. Metí la otra. La metí alrevés. Quizás estaba puesta la llave del otro lado. Esperé, traté de nuevo. Escuché ruidos, y alguien abrió desde adentro. Seguro que era la señora que alquilaba el otro cuarto del departamento de las chicas con las que vivía. Aunque parecía un poco más joven que el día anterior. Por ahí era la hija. Entré a casa. Le agradecí a la chica por abrir. Miré el papel rosa de las paredes y me puse a pensar en la diferencia estética de la decoración de las casas en Rusia con las de Argentina mientras me sacaba el abrigo. Lo colgué el perchero. Me di cuenta de que en el perchero no había ningún abrigo que me pareciera familiar. Y de que no era el mismo perchero. La chica tenía los ojos gigantes y me gritaba en ruso. Lo único que entendí fue débushka. Sorry, le dije. Espero que la colonización cultural esté lo suficientemente avanzada como para que entienda que sorry significa que esa chica con botas no adecuadas para el frío se disculpaba por meterse equivocadamente adentro de su casa y que no iba a volver a suceder. Me fui corriendo.
El supermercado estaba alrevés que el día anterior. Todo en la dirección contraria. Y no había casi verduras. Estaba segura de que no era. Pero era un supermercado de la marca correcta y con otro mas grande enfrente, tenía que estar bien. Quizás el día anterior había ido al naranja en vez de al rojo. Volví con mis bananas y con la sensación de que todo estaba un poco raro, un poco desconocido, y un poco demasiado cerca del metro. Pero dí un par de vueltas y me convencí de que la puerta estaba bien. Puse la contraseña en el portón. Me fijé en qué dirección podía salir corriendo si la clave no era la correcta. Pero era. Pasé. Segundo piso, puerta 8, no había margen de error en eso. La puerta me pareció de otro color. Pero "Otro color" en ese barrio significaba la diferencia entre un gris azulado y un gris verdoso. Metí la llave. No giraba. Metí la otra. La metí alrevés. Quizás estaba puesta la llave del otro lado. Esperé, traté de nuevo. Escuché ruidos, y alguien abrió desde adentro. Seguro que era la señora que alquilaba el otro cuarto del departamento de las chicas con las que vivía. Aunque parecía un poco más joven que el día anterior. Por ahí era la hija. Entré a casa. Le agradecí a la chica por abrir. Miré el papel rosa de las paredes y me puse a pensar en la diferencia estética de la decoración de las casas en Rusia con las de Argentina mientras me sacaba el abrigo. Lo colgué el perchero. Me di cuenta de que en el perchero no había ningún abrigo que me pareciera familiar. Y de que no era el mismo perchero. La chica tenía los ojos gigantes y me gritaba en ruso. Lo único que entendí fue débushka. Sorry, le dije. Espero que la colonización cultural esté lo suficientemente avanzada como para que entienda que sorry significa que esa chica con botas no adecuadas para el frío se disculpaba por meterse equivocadamente adentro de su casa y que no iba a volver a suceder. Me fui corriendo.
Llamé a Alyona y le dije que estaba en un universo paralelo donde todo era igual pero el supermercado estaba alrevés y adentro de su casa vivían otras personas. Me pidió que le lea detenidamente el nombre de la calle. Entre Prospect Tsandrasya y Prospect Tsarinaya hay como 3 letras de diferencia. Me dijo que la espere, que ya me iba a buscar. La contraseña de todos los portones de ambos universos es la misma, ya no se usan, son anecdóticos.
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