Jugar con las palabras como hace rato que no hacías, sin preocupación de ningún tipo. Ni estética y ni laboral ni reflexión ni lo que sea, pura catarsis. Flujo de pensamientos. Hacés un poco sin pensar y a partir de eso le das una vuelta a tus ideas. Parece una buena idea pero te enredás en unos hilitos de algo pegajoso, se parece a la culpa. Más que culpa es desesperanza. Y culpa porque a pesar de esa desesperanza, por un instante jugás igual. Culpa de jugar o dejar que te jueguen mientras tenés la certeza de que te vas a aburrir de la partida antes de la primera mano. Y dale a esa oración la connotación que más te guste, porque está cargada de todo lo que mis garabatos crípticos nunca dicen, y lo que siempre pretendí que leas entre líneas, que lean todos ustedes, todos ellos con los que no, no nos entendimos. Me escapé para pensar y me distraje y al final volví y mirame, parece que igual reflexioné. Que por ahí tenía que dejar de pensar. Y que cuando más pienso es cuando parece que no estoy pensando. Y que malas decisiones tomo cuando pienso. Y que feo arrepentirse de no hacer. Y que feo cuando cada tanto hago cosas de retorcida, cada tanto como por ejemplo recién. Y me hablo y me contesto, o me prohíbo que se me responda o qué más da, para poder seguir en el enrosque y no terminar con esto. O empezar con esto. O lo que sea con eso. Y estoy en la misma. Que hace cien años. Pero soy yo, soy yo y lo entendí. Pero soy yo y tampoco voy a poder dejar de serlo. Y soy yo y por un rato, por un momento, vos no te habías dado cuenta. Y jugamos a los normales. Y de todos modos gracias, porque el fin del juego quizás me sirva de algo, aunque sea la tortura de ahogarme en mi rareza.
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