Estaba un poco enojada y me disponía a escribir una reflexión muy trascendental sobre la mujer, y la sociedad, y los hombres, y mis quejas. Pero pasé por adelante del espejo y se me ocurrió que una solución más fácil a mi pequeño conflicto, y una forma más efectiva de revolución feminista, era cortarme el pelo a tijeretazos descontrolados. Ahora sigo teniendo un caos en la cabeza, pero esta vez está afuera. Y tengo también cuatro renglones de algo que ya no me interesa terminar, pero me da lástima abandonar del todo:
Había una mujer que gustaba de las personas a las que podía hablarles de cualquier cosa, sin que se inmutaran. Eran pocas, pero las encontraba. El problema era la facilidad con la que podían confundirse con los distraídos, peligroso especímen. Esos se inmutaban, pero tardaban el tiempo suficiente para que la mujer se encariñara primero. Y nada más terrible que estar encariñada con alguien que está espantado de uno. Los espantados son como esas tías viejas que siguen viniendo de visita por compromiso...
No hay comentarios:
Publicar un comentario