Cuando era chiquita, una vez fui al museo de ciencias naturales. Sabía que iba a haber esqueletos de dinosaurios. Eso me daba un poco de impresión porque no me gustaba ver cosas muertas. Además los animales no me importaban mucho, por más prehistóricos que fueran. Pero me habían dicho que los dinosaurios eran gigantes, más grandes de lo que pudiera imaginar. Ir a ver algo inimaginable era lo más divertido que hubiera hecho nunca. Me imaginaba que su pie era más grande que una casa. Pensaba que si era verdaderamente gigante su pie sería grande como una ciudad, pero entonces no sabía como íbamos a poder verlo. Me imaginaba que miraba el cielo y el esqueleto enorme que estaba en el piso se iba haciendo chiquito chiquito chiquito y la cabeza casi no se veía. Y sabía que igual no podía imaginármelo, así que en persona iba a ser mucho mejor.
Pero el dinosaurio era tan chiquito que entraba lo más bien en el museo. Era más chico que una casa, el dinosaurio entero. Apenas tendría el doble de tamaño que una maestra. No sé que habré pensado, pero seguramente que los grandes tenían una imaginación muy chiquita.
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