La gota de vapor que se choca contra el vidrio y resbala, es la misma que congelada se convierte en el filo que te desgarra la piel. Pero tampoco es más que un raspón. No hay lugar en esa cocina para las totalidades ni para los grandes delirios. Sólo para esperar algún gesto metálico y chiquito que te regale dos segundos más de este respiro, y el silbido de la pava que promete que después de esos dos segundos puede haber cuatro, seis, ocho más. Pero en el gesto chiquito y en el mundo infinito reflejado por completo en una gota de vapor está todo para transformarte. Te dijeron, últimamente, que tus "peros", son salvadores. (Una reivindicación del Pero y un escape gramático a un espiral que por cinco minutos de amenazó con ahogarte en el charquito de agua condensado en la mesada). Te querés perder en una metáfora vengativa porque te entendés otra vez al borde del frío del vidrio que te puede condensar, y lejos de la eventualidad que vuelva a congelarte.
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