Un día en esta casa, después de algunos hechos desafortunados de nuestra historia, se dividieron las aguas. Y así se dio que nos sobren cocinas, nos falten puertas, nos falten estufas, nos sobren heladeras. Y en esta distribución fortuita de las cosas importantes, las cocinas quedaron así: Arriba tenemos té común y tés raros, pero abajo están los tés ricos y casi todos los de fruta, acá hay té de menta y algunos surtidos robados de ciertos hoteles. El té de boldo nadie lo quiere, vive abajo por descarte, aunque sería mejor que esté arriba, porque solo lo toma el abuelo cuando viene, y acá arriba duerme. Abajo los licores, arriba solo las botellas vacías de adorno. Incuestionable, no puedo pretender otra cosa de mamá. Acá siguen estando los fideos, aunque nunca jamás nadie haga fideos arriba. Los productos descremados están abajo, son el monopolio exclusivo de mamá, y aunque papá en su vida probaría algo light, ahora tiene que hacerlo a menos que tenga ganas de subir las escaleras antes del desayuno. Y el desayuno es el mayor punto de conflicto, el origen de todos mis saqueos y mis batallas. Porque abajo se quedaron los panes y la tostadora, la manteca y la mermelada, las galletitas ricas y los cereales. Y no vallas a tocarle a mamá los panes, ni las mermeladas ni los cereales, porque el descontrol se apoderará del ella si no los encuentra cuando se levanta. Así que ya está, arriba no se desayuna más, salvo ocasiones especiales, con exepción del café. Y el café, claro que sí, siempre hay dos tarros de café, nadie en esta casa se mete con el café. Y por supuesto que tampoco puede haber una casa, (o una semi parte de esta desarmada casa), sin mate. Lo entendimos, y desde el principio hubo dos. Pero sucedió la catástrofe; el de abajo se rompió. Y se desató el caos, porque allá abajo no pueden vivir sin mate, pero acá arriba tampoco, y menos en época de parciales. Y a nadie en esta casa se le ocurre comprar algo cuando se necesita, acá solo compramos cosas porque nos hacen felices y son lindas. Así que de un día para otro, mi mate fue secuestrado. Y esa misma madrugada fue mi primera expedición a oscuras para rescatarlo. Y la siguiente mañana volvió a desaparecer, hasta con quejas por tener que subir tan temprano a buscarlo. Pero podíamos vivir así, compartiéndolo, robándolo en secreto, arriba de noche, abajo de mañana. Pero llegó el sábado. Y yo tuve que convencer a mi mente de que la tarde era la madrugada para poder estudiar, y abajo tuvieron que convencer a la tarde de que era la mañana para despertarse, y la guerra tuvo que ser declarada. Yo les puedo permitir que abajo tengan el monopolio de los tés, de los licores, de los descremados. Hasta de algunas cosas que no tienen razón de estar en ningún lado, como los tomates secos y las almendras. Les puedo conceder la propiedad del edulcorante y de las tostadas mientras a mi me dejen los chocolates y lo que quedó de la cena. Hasta puedo soportar que sean los únicos que tienen cerraduras en sus puertas. Pero el mate no, el mate era mío, y esto mis amores es la guerra.
(que largo! pero necesitaba hablar de cualquier otra crisis que no sea la del 29, por un ratito.)
(que largo! pero necesitaba hablar de cualquier otra crisis que no sea la del 29, por un ratito.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario