De un momento a otro, me voy a tener que acordar de todo lo que está roto. Estar sentada en el borde de la cama, que los pies no me lleguen al piso, y que vos, que sí sabés leer y los secretos del mundo, no sepas qué decirme. Y que desde ahí todo haya sido llevarme sola al borde de otra cama, donde los pies sí me llegaran al piso, y vos, que también sabías leer y los secretos del mundo, tampoco supieras que decirme. No ibas a saber que hacer conmigo si lloraba. Así empezó todo. Lo veo en el reflejo de un par de anteojos viejos en una epifanía dominguera. Cualquier cosa de la que no se retroceda puede empezar mañana, digo, con un poquito de miedo y unos restos de desconvencimiento.
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