La euforia es un aluvión inminente.
El aluvión es la idea perfecta,
incuestionable, el plan maestro sin margen de error, la certeza de que el
próximo paso es el que realmente va a llevarte a algún lado. Es la canción que
resuena en tu cabeza desenfrenada y acalla las voces de la conciencia que te
dicen tené cuidado. Es negarte a
dormir y a quedarte quieto porque la mañana amenaza de muerte esa promesa de
paraíso. El instante exacto antes de la tragedia es aquél en el cual te vence
el último impulso del cuerpo y te abandonás un segundo a la calma. Y el
descanso del cuerpo, que se limpia de la fuerza que lo arrastró al éxtasis, es
invadido por el silencio de la mente, que da lugar a que la última de las voces
que se acumularon en el inconsciente comience a murmurar bajito… Y las palabras
temidas se repiten y repiten hasta bajar por la garganta y llegar al estómago,
donde la angustia nace, explota y se expande trepando por cada uno de tus
nervios, enroscándote hasta la punta de los dedos y hasta la mente también. Y
la mente apresada se abandona al arrastre de la corriente hasta los horizontes
cercanos, llorando entre la angustia de la certeza de que todo se derrumba, y
el dolor de las raíces que aún se prenden a los restos de la cima de la
montaña, tironeadas de un lado y del otro y terminando siempre en el fondo del
río, ahogadas en lágrimas atragantadas.
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