Antes, cuando estaba triste, pintaba un mundo de colores. Pintaba unos ojos grandes, de pupila enorme, que miraban desde las paredes y envolvían el planeta. Pintaba peces gigantes con pestañas y alas que revoloteaban entre planetas anaranjados, llenos de cráteres y de montañas y de luces como las de la luna. Antes pintaba lunas con geografías, y hombrecitos chiquitos que las caminaban; y que las trepaban, y que tenían sogas para ayudar a otros a trepar. Antes, cuando estaba triste engañaba al estómago con lágrimas de fuego y vestidos de flor.
Antes decía que la mirada era un viaje y lo infinito un tesoro, que los universos se conquistaban y que abajo del agua lo ahogado florecía. Antes las tristezas eran más hermosas, porque me parecía todavía que las pestañas mojadas eran igual de enormes que las olas del mar.
Antes me inventaba, el día en que se desencadenaba la tragedia, una ventana de cristal que me metiera el sol en pedazos y a la fuerza, porque venía por delante toda la vida y no teníamos tiempo de detenernos a llorar. Antes tenía una hamaca paraguaya y una sábana verde esperando que el mundo le hiciera justicia a lo que esperaba de él.
Antes hacía todo eso, sólo que no me daba cuenta, y pensaba que era simplemente la nena de los crayones, que mata el tiempo porque no se cree el cuento de que la infancia es hermosa, y espera otra cosa que debe estar por llegar. Antes, los mundos deformados me brotaban, porque tenerlos cerca para escaparme lejos era una necesidad permanente. Antes dejaba los mundos ahí tirados, decía que yo no podía escribir historias, porque ninguna historia, ni siquiera de cerca, me había rozado.
Después, algunos días, de algunos años, el planeta emburbujado se me desarticuló. Después, en un tiempo, las palabras nuevas se me enredaron en las viejas y después se desenterraron; primero me invadieron, después me abandonaron. Negué, volví, creí, olvidé. Aprendí, retrocedí, inventé, acepté aceptar.
Mañana brindo: por tus tres renglones, por mis cuatro líneas, por un dibujo abstracto, por los colores pasteles, por un círculo dibujado con desidia. Por las primeras renuncias, por los primeros arrepentimientos, por la promesa única de morir sin hacer nunca una promesa. Por un ticket de supermercado, por el poco lugar de una silla,
y porque tuve Rusia, tuve el viento, tuve miedo, tuve barro... Y tengo historias que contarles, a los nietos, que mi historia dice que no voy a tener.
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