30.12.14

Historia que casi no pasa

Cuando cuento que estuve en Rusia, hay una historia que casi siempre cuento primera. La historia de cuando me quedé sin casa. La conté tantas veces, que estoy segura de que algunos detalles son inventados. La anécdota básica es que me tuve que ir del hostel en el que vivía, y la organización con la que iba de intercambio me trató de encontrar casa, pero la que me encontraron me dio miedo. Era de un chico que dijo que quería hospedar a alguien, pero con la condición de que fuera una mujer, y que además no sea de China ni de India. Indignada, y después de comprobar que amigos de todos los países estaban de acuerdo con que era mala idea mudarme, dije que a esa casa no iba. Así que todos se pusieron a buscarme un hogar.
Terminé viviendo en la casa de Katya, una amiga que además era la recepcionista del hostel, y su amiga Alyona. Son dos personas hermosas que ahora, a pesar de la distancia y el tiempo, sigo considerando grandes amigas. 
Depende a quién le cuento la historia, hay detalles que a veces cuento y a veces no; como que las chicas compartían el departamento con dos señoras soviéticas que se negaban a aceptarme porque, la última vez que se había quedado alguien, habían terminado seis brasileros viviendo en su casa; o que, en realidad, hasta ese momento con Katya todavía no eramos tan amigas, pero me ofreció su casa porque en el hostel yo siempre lavaba los platos. A veces también exagero y cuento que pasé todo el día dando vueltas con las valijas por el metro, planeando formas de colarme para poder pasar la noche en la estación de Arbatskaya. 
Pero de todas las cosas raras que pasaron ese día, hay una de la que casi me había olvidado. Por algún motivo, es un detalle que no incluyo, cuando lo cuento, en ninguna de las versiones. Apenas había vuelto a pensar en eso hasta hoy. Justo unos segundos antes de que lo hiciera mi amiga Katya, otra Katya también se había ofrecido a hospedarme. Todos mis conocidos (algunos rusos, pero la mayoría colombianos, hindúes, chinos), estaban buscando un lugar para mí, y mi amiga Sasha, rusa, que no tenía lugar en su departamento, había convencido de ser mi host a Katya, una amiga suya de la universidad. La coincidencia era entendible porque casi todas las rusas se llaman Katya, Alyona o Sasha. A mi los tres me parecen nombres hermosos. 
Cuando Sasha me mandó un mensaje contandome que podía quedarme en lo de una amiga suya, sin dudarlo le dije que sí. Ella es muy correcta y perfeccionista, y me mandó un mensaje que me pareció muy gracioso, que decía algo así como que podía quedarme con una amiga suya, si no me molestaba que fuera desordenada, que tuviera para mí un no se qué en vez de una cama, que tuviera un gato, y que tuviera rastas. Apenas me lo dijo le respondí que sí y acordamos vernos las tres al día siguiente. Eso era un poco problemático, porque no tenía a donde ir esa noche, pero bueno, ya vería que hacer. 
Por diez minutos me imaginé como sería esa otra Katya;  esa chica desordenada y de rastas que era amiga de Sasha, que es tan detallista y racional. Me imaginé qué razones habría tenido para decir  que sí, de la nada, a la idea de hospedar desde el día siguiente a una desconocida. También pensaba que no había visto ninguna rusa con rastas en el mes y medio que había pasado en Moscú. Me empecé a imaginar las historias que iban a pasar en esa casa, con esa amiga nueva, con la que me iba a ir a vivir de repente, en las tres semanas de viaje que me quedaban. 
Pero no pasó nada de eso, porque alguien vino de la cocina a avisarme que me quede tranquila, que "nuestra" Katya ya había hablado con Alyona. Que habían convencido a las vecinas, y que me iban a estar esperando en Bedenjá en 40 minutos para llevarme a mi nueva casa. Así que ahora, a falta de una, tenía dos Katyas que me ofrecían un hogar. Ninguna sabía de la otra y ambas estaban esperando respuesta, así que decidí rápido: mejor Katya conocida.  Le escribí a Sasha que le agradeciera a su amiga, que ya no iba a necesitar su ayuda, porque al final podía quedarme con una amiga mía. Me mude esa misma noche. A la otra Katya, nunca la conocí.
Desde que me fui a vivir con las chicas pasaron un montón de cosas. Perdí unas entradas del Bolshoi, casi pierdo el pasaporte, me perdí en un universo paralelo yendo al supermercado. Charlamos mucho mezclando tres idiomas, nos hicimos muy amigas. Las señoras compañeras de piso, que primero no me querían, terminaron cocinandome millones de panqueques de despedida, que tuve que comer en cinco minutos porque hablando en un ruso cavernícola nunca pude explicarles a qué hora salía mi avión. 
Si decidía por la otra Katya; si contestaba en el hostel que no se preocupen, que no molestáramos a las vecinas, que mi amiga Sasha había arreglado para que me instale en lo de una amiga suya, nada de eso hubiera pasado. Esas historias que conté miles de veces y me siguen haciendo reír, hubieran ido a parar a algún lugar en el que están las historias que nunca sucedieron. 
Pero al mismo tiempo, en ese universo paralelo, de situaciones que no fueron, seguramente hay un montón de historias geniales, e incluso una amistad, que me perdí. Siempre me quedé con la intriga de saber como era la otra Katya. 
Hoy, casi un año después, Sasha subió una foto con ella a Instagram. La reconocí por las rastas. De fondo apenas se ve una habitación medio oscura, pero bien podría ser la que estuvo a instantes de ser mi casa rusa por casi un mes. 
Cuando me di cuenta de que era ella, me quedé mirando la foto un ratito. Tiene el pelo rarísimo, con rastas hasta la cintura pero que además están como cubiertas de hilos de colores; rojos, blancos, celestes, azules. La miré a los ojos, a través de la pantalla, y le pregunté si ella alguna vez había pensado en esto. En cómo hubiera sido ese enero, si la chica rara que viajaba sola desde Argentina hubiera aceptado instalarse a vivir con ella. 
No me contestó nada, pero me pareció que por un segundo se me filtró un recuerdo, como si viniera de otro planeta, de una noche caminando por Park Pobedy con una chica de pelo extraño, riendonos, buscando por el piso nevado alguna cosa importante que a mí seguro se me habría perdido.
El Kremlin atrás de unos árboles con luces de navidad. Enero o Febrero de 2014.

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