Esta es
la historia de un botón que un viernes decidió renunciar al saco y pasar la
noche sólo en Buenos Aires. Rodó por la escalera y decidió bajar al subte. No
era lo que soñaba para su libertad, pero estaba entusiasmado, y un poco
asustado, así que era un buen plan. Se escabulló en la línea C, pensó en ir a
conocer la A, pero se distrajo y terminó en la D.
Como era viernes, siguió a unas pequeñas multitudes de botones de
tapados, y terminó en Plaza Serrano. Creía que había estado ahí, pero la
recordaba distinta. Por ahí había estado borracho, o a lo mejor era nada más
que el mundo se ve muy diferente desde afuera del saco. Contento, estuvo un
buen rato dando vueltas metiéndose entre esos bares que tienen un pasillo entre
las mesas de adentro y las de la calle. Le gustaban porque podía estar casi
adentro sin llamar la atención. Iban llegando botones, todos en grupo en las
solapas de la ropa o algunos en pareja, los de las mangas. Algunos eran muy
lindos, grandes, brillantes, hasta de colores. Otros eran chiquitos,
transparentes, pasaban desapercibidos. Todos se sentaban en las mesas alrededor
de tragos, comidas y cervezas. Pero algo, quizás la soledad, hizo que dejara de
fijarse en ellos y se detuviera a mirar, por una vez, a las personas. Aprovechó
un rato su invisibilidad para mirar de cerca cómo se saludaban, se miraban, se
reían... Se acercaban, algunos se tocaban, otros se escapaban, varios se
tambaleaban, después se iban. Se tentó de sentarse entre ellos y tomar una
cerveza, pero no es una buena idea sentarse entre humanos y menos un viernes,
cuando están con sus amigos y parejas y se ponen más incisivos y criticones de
lo que ya son.
Decidió que mirarlos un poco de lejos estaba y bien, y que podía
permitirse la cerveza, si la compraba en otro lado, un quiosco o una panchería.
Los humanos tienen algunos lugares a donde incluso los botones solitarios
pueden ir tranquilos, mientras no molesten, paguen con cambio y pongan cara de
poker. Encontrar un punto desde el cual mirar sin ser visto, cerveza de por
medio, era más difícil. La ciudad está configurada para humanos, o en todo caso
para botones con empleo, y un botón suelto tomando una cerveza, aunque no lo
parezca, llama bastante la atención.
Tuvo que ir a comprar impunidad a un Mc Donalds. Es muy difícil
ser un botón independiente. Por suerte era un botón ingenioso. De algo había
servido ser parte de un saco de lana negro y abrigado, multiuso. Había sido muy
usado y arrastrado, pero había aprendido cosas. Con la cerveza en un vaso de
cocacola, siguió caminando ya sin llamar la atención, y recordó con un poco de
nostalgia los viejos tiempos. Cuando era parte del saco, estas cosas eran más
fáciles, y juntándose con otros grupos de sacos y cierres había incluso
acampado en una calle despoblada de otra provincia, creía que Salta o Tucumán,
alrededor de un vino, sin que nadie dijera nada. Pero las cosas son distintas
para un botón sólo, que si se descuida y se mete por calles oscuras puede
terminar, en el mejor de los casos, pisoteado, y en el peor, manoseado,
cosido en otra parte o guardado en un cajón, o peor, en un bolsillo. Claro que
había botones con finales heroicos, pero no se tenía tanta confianza como para
estar seguro de ser uno de ellos.
Tembló un poco y se resignó a que, si no juntaba valor, lo mejor
iba a ser tomarse el próximo colectivo que lo dejase en casa. Sabía que era un
final triste, y se sentía un botón conservador, pero estaba cansado y había
recuperado la inercia. Nunca iba a ser un gran botón de esos que terminan en
una escultura de vanguardia o siendo los ojos de un monstruo de Berni. Se
consoló pensando que por lo menos tenía una historia que contar. A lo mejor
inspiraría a algún botón adolescente a hacer lo mismo, a lo mejor sirviese para
parecer más interesante entre los botones de tapados y de puños.
Se subió al 166, y en el camino por Juan B Justo se reencontró con
el saco, que también estaba volviendo a casa. Apenas se había notado su
ausencia. Se cosió disimuladamente, en silencio. Y volvió a ser persona. No
había cambiado nada, pero había estado bien tener la cabeza fuera del cuerpo,
por lo menos por un rato.
me encantó!
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