Cuatro chocolates apilados en la alacena, en linea recta, arriba de las azucareras. Nada más lejano a mí, pero puedo amar cualquier neurosis, porque la admiro. Sé que igual tengo algo de eso. A lo mejor la obsesión está en lo bien que me sale disimularla. A lo mejor no. Mi contradicción no es lo que parece, mi contradicción no es histeria, para mí la poca sinceridad que puede existir es admitir que todo es ambiguo. No, no digo eso porque ahora leí obligada a Heidegger. Pero le agarro unas palabras que me hacían un poco de falta. Recién le di a un remís las indicaciones para llegar a mi casa más prolijas de mi vida. Eso es madurar, o también resignación. Sí, hay resignación en concentrarme en eso. Antes me concentraba en otras cosas, como en mandar mensajes telepáticos que nunca llegaban. El problema es que dos o tres veces llegaron. No eran los más relevantes. Pero eran los indispensables para no pasarme de bando. Tampoco eran tan precisos como para quedarme acá. Contame tu historia, me piden. Ojalá fuera eso, tengo un par de retazos de conversaciones desencontradas, siete mil suposiciones inconciliables y poco más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario