Lo cotidiano se les mezcla con lo trascendental. Eso no se nota en sus películas. En el espectáculo lloran y aman un rato y trabajan otro. Pero en la observación participante, en la relación con ellos, de "carne y hueso", como les gusta llamarse, lo encontramos todo mezclado. En el café que uno toma en un bar mientras repasa el presupuesto de un pack de aguas minerales hay lágrimas de la camarera. En el cuarto de dos que se quieren hay dos facturas de teléfono sin pagar sobre la mesa de luz. En el velatorio de una señora sufrida hay una nieta contenta por un mensajito de whatsapp del chico que le gusta y culposa de estar contenta mientras actúa. En la intensidad con la que el cuchillo pica una cebolla hay un indicio infalible de cuántas de las lágrimas vienen del ácido sulfúrico y cuanto de rencor hacia los comensales de esa ensalada. En la última página de un cuaderno lleno de poemas hay anotada la dirección de correo electrónico a la que hay que mandar los datos para trabajar de vendedor telefónico de servicios de Internet. Y así sucesivamente.
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