2.4.15

Excesos de domingo.

Pocas costumbres había tenido en la vida. Todas de domingo. Una obligada: comer ravioles. Los odiaba. De más grande la costumbre de los mediodías de domingo se transformó. Levantarse resacosa y hacer preguntas por mensaje de texto. Siempre eran preguntas que daban información suya de más y no la informaban de nada. ¿A qué hora llegué ayer? ¿Con quien estaba tal, que nunca llegó al bar? ¿Qué pensás de lo que te conté, te lo acordás? ¿Sabés lo que hice ayer cuando me quedé sola? Nunca aprendía a no hacerlas. Es que era la costumbre de domingo, y esas cosas es muy difícil cambiarlas. Ni siquiera estaba segura de que fuera una costumbre diferente al almuerzo familiar obligado con ravioles. Eran la misma. La costumbre de poner arriba de la mesa cosas que no le gustaban, buscar a personas que no había elegido del todo, y compartirlas. Sin ganas, con una angustia absoluta, pero con el automatismo de saber que si no lo hacía se moriría de culpa toda la semana, y resignada al dolor de pansa de muerte que le provocaban, y que tardaba más en irse que la depresión del domingo por la tarde. 

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