23.4.14

El vicio y la ambición

Ayer te dejé de querer. Van tantas veces que lo hago que puedo identificar el momento exacto. Se va adquiriendo una técnica. Es como ganar el 2048. Tomé el colectivo de ida queriéndote en todos los segundos y el de vuelta sin quererte más. Es perverso. Y más perverso porque la introducción suena a que entre esa ida y esa vuelta ocurrió algo, el punto transformador del relato, o un escándalo con violencia psicofísica y cosas revoleadas por las escaleras, pero no pasó nada. Una conversación fatal pero estable, como quien dice que se le escapó el perro o que le detectaron alergia incurable al tomate. Un tipo de conversación por la cual jamás nadie dejó de ser querido. Una conversación segura. Excepto ante mi inconsciente revoleado. Me parece que tu voz sonó demasiado humana o que la afirmación terrenal no encajó en mis delirios futuristas. Como sea, se rompió la conexión nerviosa entre la inicial de tu nombre y mis músculos, entre tu imagen y mi panza, entre tu futuro y mi respiración. No te quiero más y te tengo igual un cariño infinito y te haría todos los favores del universo y estudiaría biología molecular para encontrar la cura a la alergia al tomate y hacer que sonrías. Hoy me levanté de buen humor y a la tarde me reí por un mensaje como una tonta. No sabés cuánto hace que no me pasaba eso. Igual pienso que ahora que no te quiero se te puede dar por quererme, y que entonces a mí se me podría dar por hacer una excepción con mis estados irreversibles y levantarme queriéndote de nuevo y siendo felices. Pienso también en cómo dejarías de quererme si te contara un pensamiento rebuscado como este, si no fuera porque ya no me querías de antes. Pienso también en que antes, cuando se me desconectaba un afecto me salía escribir algo que me encantaba. El último fue un cuento y el anterior un poema. Y que a juzgar por eso, estas palabras dicen en realidad que, a mi pesar, te debo seguir queriendo un poco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario